El Pozo De La Soledad
- tedacoulo1988
- Aug 13, 2023
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En una época en la que todavía no existía la chupipandi de The L word, ni Alex Vause, ni Ellen, ni siquiera Carol y Therese, se publica El pozo de la soledad de una tal Marguerite Radclyffe Hall, John para los amigos.
El autor de El pozo de la soledad, con isbn 978-84-7948-114-8, es Radclyffe Hall. La obra El Pozo De La Soledad forma parte del catálogo de Ediciones De La Tempestad, S.l.. En 2002 esta editorial comenzó su andadura y tiene su sede en Cataluña. Su catálogo tiene más de 140 títulos. Ediciones De La Tempestad, S.l. está especializada en La Literatura, Ensayo, La Poesía. y La Biografía. El catálogo de la editorial cuenta con las siguientes colecciones: No Ficción, De Primera Voz, Aventura, Fuera De Colección, Cultura Gay entre otros. William Shakespeare, Carlos Fajardo Ricomá, Jean-marc Kalflèche, Carlos Fajardo Ricomá, Juan Martínez Dolina... son algunos de los autores que han publicado en Ediciones De La Tempestad, S.l..
el pozo de la soledad
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El tópico tiene su origen en los experimentos de Harlow, quien disfrutaba nombrando de maneras poco ortodoxas y quizá demasiado literales las máquinas con las que trabajaba. Entre todas ellas, fue precisamente el pozo de la desesperación la que más fama (o infamia) le otorgó.
Independientemente de su valor científico, Harlow legó al mundo un tópico que estremece a cualquiera. Seguramente muchos de ustedes recordarán algunos otros pozos de la desesperación en películas, videojuegos o cómics. Serán más perturbadores que el original pozo de Harry Harlow, un psicólogo que quiso estudiar la depresión para curarse a sí mismo?
En el último patio de la cárcel, encerrado por bajo muro de campo, que lo dividía del huerto, tres mujeres vestidas de mezclilla azul, se inclinaban a lavar en un pozo de bajo brocal lleno de lavaza. Había olor a jabón y a ropa húmeda; a carbones mal encendidos en el brasero; a sudor y a basuras. Algunos pájaros llegaban a picotear y a saltar sobre las tejas del muro y escapaban luego seguidos por las miradas de las presas. En cuerdas tendidas de lado a lado, colgaban algunos trapos blancos e hilachentos. Por la calle pasaba una carreta en la cual iba un hombre cantando, y aunque su voz era desafinada y áspera, medía la triste y callada soledad del patiezuelo.
Esta era la traición; lanzados de cara al desierto. Qué fueran a redimir mujeres a los arenales y caliches solitarios! En los espejismos de la soledad, vieron muchas veces el mar, naves de blancas velas que los conducían a sitios hospitalarios, bosques y castillejos, ciudades con campanarios. Ya no escucharon el lejano silbato de los trenes, ni humos de chimeneas, ni explosiones de minas. Bajó sobre ellos la gran soledad de la naturaleza y comenzó a seguirlos de lejos, en puntillas, la muerte, pálida y fría como una camanchaca invisible.
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